En un remoto rincón de la comarca riojana del Camero Viejo, entre bosques de pinos y hayas se encuentran los restos, casi ocultos entre la vegetación, de la aldea de Avellaneda. Esta hermosa comarca se vertebra entorno al curso del Río Leza. Al este se encuentran los valles del Cidacos y del Jubera y al sur la comarca soriana de las Tierras Altas. Todas ellas tiene un elemento común, han sufrido notablemente el efecto de la despoblación.
Camero Viejo ha pasado de tener 4129 habitantes en el año 1900 a 765 en el año 2011. Afortunadamente aunque algunos de sus pueblos estén despoblados no todos han caído en el abandono y sus antiguos habitantes, sus descendientes y otras personas que aprecian el impresionante entorno que ofrece esta remota zona declarada Reserva de la Biosfera, los mantiene vivos fijando en ellos segundas residencias. De esta forma mantienen unas tradiciones y una cultura que han permanecido vivas durante siglos y que estarían irremediablemente condenadas al olvido.
Para llegar a Avellaneda debemos tomar la LR-464 en San Román de Cameros, una vez superado Vadillos la carretera deja de estar asfaltada y discurre paralela a un barranco creado a lo largo de los siglos por el Río Vadillos. Aunque se trata de una pista de tierra se puede transitar con cuidado con cualquier tipo de vehículo. Aproximadamente seis kilómetros después llegamos a un planicie en la que se asientan los restos de Avellaneda.
Lo primero que encontramos en el despoblado es un cartel que recuerda a sus antiguos moradores con una foto que nos permite ver como era el despoblado cuando todavía tenía vida. Desgraciadamente en la actualidad poco queda que permita reconocerlo.
En la actualidad resulta bastante difícil recorrer el pueblo, las zarzas, los endrinos, la vegetación y las piedras caídas que antes formaban los muros de sus casa hacen difícil adivinar el trazado de sus calles y dificultan el paso.
Sus habitantes se dedicaban a la agricultura y a la ganadería, la decadencia de la trashumancia como en tantos otros pueblos de la comarca, marcó el inicio del declive de Avellaneda. Sus habitantes dejaron el pueblo en busca de un futuro mejor. El duro clima y el abandono fue haciendo mella en las techumbres de las casas, y una vez derruidas estas, en los muros. En la actualidad sólo unos poco quedan en pie
Hoy el tiempo parece haberse detenido en Avellaneda, la naturaleza vuelve a recuperar el terreno que un día le robó el hombre y el silencio y la soledad son sus únicos habitantes. A pesar de quedar solo en pie unas pocas ruinas de los que fueron sus edificaciones, merece la pena acercarse a este remoto rincón para disfrutar de la paz que transmiten sus hermosos paisajes que en otoño alcanzan todo su esplendor.
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