Las ruinas del Monasterio de San Prucendio se encuentra situadas entre las localidades riojanas de Clavijo y Leza de Río Leza, en una hondanada del Monte Laturce. Cuenta la leyenda que el enclave donde está construido lo eligió un burro que llevaba a en su lomo el cuerpo de San Prudencio. Así dispuso el santo a sus descendientes que había de determinarse el lugar donde debía ser enterrado antes de morir en Osma. Las primeras referencias de su existencia datan sin embargo del siglo X.
Para acceder a los restos del cenobio deberemos tomar en Logroño la LR-250 y una vez superada la localidad de Ribafrecha, en la curva que en la que la carretera cruza el Barranco de Val, dejar el coche aparcado aprovechando el antiguo trazado de la carretera ahora en desuso. Desde allí tomaremos un camino agrícola que discurre entre almendros y después de aproximadamente 850 metros una senda que cruza el barranco y nos lleva directamente a las ruinas del cenobio.
La fundación datada del monasterio se sitúa en el año 925 en el marco de la reconquista del valle del río Leza. La Rioja estaba bajo los dominios de la familia de los Banu Quasi que controlaban los territorios entre Nájera y Monzón. Los Reyes Ordoño II de León y Sancho Garcés de Pamplona fueron recuperando Nájera, Calahorra, Arnedo y Viguera. Para mantener los territorios reconquistados era necesario recuperar y fortificar los asentamientos critianos. Ordoño restaura el monasterio de Santa Coloma en Tricio y Sancho Garces funda el Monasterio de San Martín de Albelda para repoblar y cristianizar el valle del río Iregua. A san Prudencio le correspondió realizar esta tarea en el valle del río Leza.
Fue precisamente la inestabilidad existente por su situación fronteriza la que motivó que sus moradores se sometieran al monasterio de San Martín de Albelda desde el año 950 hasta el año 1058.
Cuando en el año 1058 el valle de Leza queda bajo el control del señorío de Cameros, el monasterio queda bajo su protección y se impulsan nuevas obras de construcción además instalando en él su panteón familiar. En el año 1181 Don Diego Jiménez de Tejada junto a su mujer Doña Guiomar Fernández de Traba, señores de Cameros, firman en Jubera un documento por el que ceden el Monasterio de San Prucencio a la Orden del Císter. A partir de esa fecha se ceden posesiones a los monjes para fomentar la autonomía del monasterio que se logra en el año 1203 y se mantiene hasta su enclaustración en el año 1835.
Durante los siglos XII-XIII se edifica una nueva iglesia sobre la primigenia que sería sustituida por otra mayor en el siglo XVII pasando a ser cripta de esta última. De la iglesia del siglo XIII únicamente queda en la actualidad un arco abocinado lleno de escombros.
Durante su periodo de esplendor el Monasterio adquiere multitud de reliquias entre las que destacan las de San Funes y San Félix del Monte, un hueso de San Juan bautista, reliquias de San Pedro y San Pablo, un dedo de San Juan, la quijada de San Bartolomé, dos pedazos de la columna en la que fue azotado Jesús, un pedazo de la Sábana Santa, etc.
Alcanza su mayor momento de expansión a finales del siglo XVI y principios del siglo XVII, durante esta época el monasterio adquiere su configuración actual, se levantan nuevas dependencias, la iglesia barroca y el refectorio.
Su declive, como el de muchos otros cenobios, se produce en el siglo XIX, sufre una primera desamortización en el año 1820 con la invasión francesa y la exclaustración definitiva y expropiación de sus bienes se produce en 1837 con la desamortización de Mendizábal.
Desgraciadamente en la actualidad se encuentra en estado de ruina total fruto del abandono y el expolio, mimetizado con las rocas que forman el paisaje del monte Laturce. A pesar de estar incluido en la lista roja de patrimonio en peligro, las administraciones no han realizado ninguna labor de consolidación de sus restos que parecen condenados a desmoronarse en silencio. Esperemos que esta situación cambie y que el siglo XXI no suponga la desaparición de un monasterio que se ha mantenido en pie mas de 1000 años.
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