domingo, 3 de septiembre de 2017

LERÍA.

 

En tierras fronterizas de las provincias de Soria y La Rioja, donde finaliza la Comarca de Tierras Altas y comienza el valle del Cidacos, a más de 1000 metros de altura, en una explanada enclavada en un barranco se encuentran los restos del despoblado de Lería.

Junto con la dureza del clima, quizás el principal motivo que empujó a sus habitantes a dejar el pueblo fue la carencia de vías de comunicación para acceder al mismo. Ninguna carretera llegó nunca a Lería. Para acceder debemos tomar una zigzagueante pista forestal que parte del cañón que forma el Cidacos, entre las localidades de Yanguas y la hoy, tristemente en proceso de demolición, Las Ruedas de Enciso. 

Este hermoso cañón dentro de pocos meses pasará a estar cubierto por las aguas del embalse de Enciso, siempre cuando la sequía que nos azota vuelva a permitir al Cidacos discurrir serpenteante, porque en la actualidad resulta difícil creer que el caudal que trae el río permita llenarlo.




 
 


Leria se encuentra a más de 5 kilómetros de la carretera, en coche se puede hacer unos 3 kilómetros por pista pero, al llegar a un refugio, es necesario dejar el coche y coger un camino serpenteante entre pinos e inmejorables vistas nos lleva hasta el pueblo. Si vais a visitarla en verano, no olvidéis llevar abundante agua porque cuando el calor aprieta la visita se hace dura si no estamos adecuadamente hidratados. 

El pueblo se encuentra vallado con alambre de espino, lo que hace pensar que tras su abandono fué utilizado, como tantos otros, como finca ganadera. Sin embargo, no parece que haya reses desde hace tiempo ya que cuesta acceder al pueblo y dentro del mismo las zarzas y la vegetación dificulta enormemente recorrerlo, señal inequívoca de que el ganado hace tiempo dejó de transitar por el pueblo.

 
 


 



Lo primero que nos encontramos al entrar en Leria son los restos de la iglesia parroquial de San Juan Bautista, totalmente arruinada y percepcible gracias a que su torre a duras penas aún consigue elevarse entre la vegetación. Es la primera señál que nos muestra que no va a resultar sencillo recorrer el pueblo ya que la naturaleza hace tiempo que venció al hombre en este remoto lugar.

La plaza del pueblo es prácticamente imperceptible bajo la vegetación y se encuentra parcialmente inundada por el agua que mana de la fuente y que la ha convertido en un paraiso de juncos y zarzas. Aunque las casas todavía se mantienen en pie, los gruesos muros de piedra de sus fachadas en la mayoría de los casos han perdido sus tejados. Este hecho, unido al duro clima hará que poco a poco sucumban al paso del tiempo y al abandono y acaben derrumbados.

 




Según describe Madoz en su diccionario estadístico de 1845, contaba con 28 casas y 102 habitantes, escuela de instrucción primaria a cargo de un maestro que también hacía las veces de sacristán y secretario del ayuntamiento. Por todo ello cobraba 8 fanegas de trigo. Sus habitantes obtenían agua de los manatiales que surcaban el término municipal y que acababan formando un arroyo.

Sus habitantes se dedicaban al cultivo del trigo, centeno, cebada y algunas legumbres y verduras. También se dedicaban a la cría de ganado lanar y cabrío. Su producción solían intercambiarla en Yanguas o Enciso por artículos de primera necesidad. Asímismo completaban la actividad económica con el aprovechamiento forestal de chopos, encinas y pinos. No tuvieron luz eléctrica hasta el año 1958, y el coste de su instalación fue sufragado por los vecinos del pueblo.
 
En el año 1.887 llegó a contar con 144 habitantes, en la década de los cincuenta, como en tantos otros puntos de la España de interior, comenzó un prologando éxodo en busca de una vida mejor que redujo su población a 30 personas en el año 1.962. A finales de los años 60 Leria quedó finalmente despoblado. 

Frio y calor extremos en invierno y en verano, falta de comunicaciones y servicios, escasa rentabilidad de la actividad económica, no es extraño que sus habitantes emigraran principalmente al País Vasco, Cataluña y Madrid.








Lería es sólo un ejemplo más en Las Tierras Altas sorianas. Atrás quedaron los tiempos de pujanza de esta y hermosa y agreste comarca cimentada su económica en la mesta y en la que sus montes eran muy valorados en verano por los ganaderos trashumantes. Hace décadas que ese floreciente periodo ha quedado atrás dando paso al abandono, el silencio y el olvido. 

La comarca de Tierras Altas ha pasado de tener 14.042 habitantes en 1910 a 1.089 en 2011. Mientras que la media de la densidad de población en España es de 83,6 hab/km la de Tierras Altas es de 2,32hab/km.  Entre la década de los 40 y la de los 80 llegó a perder más de 10.000 habitantes. El mayor éxodo se produjo entre los años 50 y 70, en los que pasó de tener 11.689 a tan solo 4.727.
 
Esta hermosa comarca no solo ha visto como desapareció una importante parte de sus nucleos de población, la falta de acción por parte de las administraciones para frenar la despoblación hace peligrar la subsistencia  de los nucleos de población que todavía permanecen habitados.  Esta hermosa tierra habitada desde hace milenios por el hombre puede convertirse en un desierto humano en un futuro no muy lejano. 









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